Desde antes de los comienzos de nuestro declive en el 2006 hasta el presente, ha seguido en la prensa un diluvio de reportes y opiniones promoviendo “la economía del conocimiento,” la alta tecnología, la innovación y actividades financieras sofisticadas como la salvación para nuestra crisis económica.
Estas erupciones de ambición intelectual son muy comunes entre la clase política y otras personas que siguen los avances en estos campos tan elogiados. Aspirar a participar en lo que aparenta ser la “vanguardia del progreso humano” llega hacerse un deseo insaciable. A la misma vez, el temor de no alcanzar esta meta es fuente de una profunda y aterrorizante vergüenza.
Opino que entre estos dos polos de emoción se encuentran no sólo los que están a cargo de nuestra política oficial de desarrollo económico, sino la gran mayoría de nuestros líderes empresariales que, a su vez, moldean el pensamiento del resto del pueblo.
Es tanto así que durante hace más de 20 años como abogado corporativo hasta el día de hoy, no he visto una sola opinión (aparte de la mía) que cuestiona las premisas básicas de esta creencia duradera de tener que seguir los pasos de los países que dominan la innovación tecnológica y financiera.
Los encargados de turno de desarrollo económico y un puñado de economistas con el privilegio de tener acceso frecuente a los medios de comunicación casi sin excepción siguen la tendencia de apostar el futuro de Puerto Rico en estas actividades. Pero a pesar de más de una década de iniciativas y esfuerzos ¿cuáles han sido los resultados?
Sin embargo, no culpo completamente a estas personas, ya que existe una clara correspondencia entre la riqueza material de una jurisdicción y su sofisticación tecnológica y financiera.
Pero esto no quiere decir que todas las jurisdicciones pueden (o deben) desempeñar las mismas actividades. No importa cuánto queremos ser un baloncestista profesional, si medimos sólo cinco pies de estatura ¿cuáles son las posibilidades de lograr esta meta? Para no darle un significado extremo a esta metáfora, que conste: vengo de una tradición familiar científica. Mi niñez la pasé residiendo en diferentes ciudades universitarias de los EE.UU. y del mundo debido a la carrera médica científica de mi padre. Entre él, mi hermano mayor y mi tío abuelo (Q.E.P.D.), un entomólogo profesor del Recinto de Mayagüez, tienen cientos de publicaciones científicas en sus respectivos campos. En el campo tecnológico, mi hermano menor, que reside en la Isla, es un ingeniero en ciencias computacionales. Sin duda, Puerto Rico produce científicos, pero lo importante es la concentración de la población de científicos y la cultura tecnológica comparada con las de otras jurisdicciones.
Para los que siguen pretendiendo que Puerto Rico sea un baluarte de la alta tecnología, consideren este hecho fácilmente comprobable de los récords de la Oficina de Patentes y Marcas de EE.UU.: Los abogados y agentes en Puerto Rico registrados para proseguir solicitudes de patentes de inventos se pueden contar en menos de dos manos. Existen sólo nueve. Veamos el estado de Connecticut (con una población similar a la nuestra) que tiene 722 abogados y agentes registrados en patentes. Y Connecticut es un estado que no suena tanto como otros en el campo de la alta tecnología.
Para captar dónde nos encontramos en la informática tecnológica, ¿cuántas personas en Puerto Rico usted conoce personalmente que han escrito más de una línea de código en cualquier idioma computacional? Si hago esta misma pregunta en Palo Alto en California, la contestación será muy diferente.
Por otra parte, si la crisis financiera de nuestro país no fuera suficiente para causarle duda acerca de la escasez de nuestro peritaje financiero, considere el hecho de que sólo aparecen 12 personas en Puerto Rico con la certificación prestigiosa de “Chartered Financial Analyst” del CFA Institute. En Connecticut más de 2,200 personas tienen esta credencial. Durante la anterior administración, el Banco Gubernamental de Fomento, el principal asesor financiero del gobierno, tenía una sola persona en su junta con esta credencial y sólo la había conseguido en el año 2010.
Sin embargo, el grueso de los esfuerzos más recientes de desarrollo económico va dirigido al sector de manufactura de alta tecnología y de servicios financieros sofisticados.
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Persiguiendo este fin, la administración de turno no sólo sigue regalando la base tributaria a millonarios sin exigir como condición esencial (no sólo discrecional) la creación de empleos, sino ahora piensa que Puerto Rico tiene los recursos físicos y humanos para ser una sede significante de la industria aeroespacial. En particular, dice que Roosevelt Roads es una instalación “ideal” para lanzar vehículos al espacio.
El 6 de marzo, en Caribbean Business se reportó que Virgin Galactic, de Richard Branson, compró 11 hangares del aeropuerto de la base con el propósito de establecer un puerto espacial. No se ha divulgado más detalles, pero parece envolver otro decreto de exención contributiva para una persona de altos ingresos pero sin un compromiso riguroso de crear empleos. En todo caso, el uso de estos terrenos para lanzar cohetes al espacio presenta varios interrogantes sobre si esto es el uso óptimo económico para estos terrenos de valor estratégico.
Para poner esta propuesta en perspectiva, todos los terrenos de Roosevelt Roads abarcan sólo 13 millas cuadradas. En comparación, el Centro Espacial Kennedy en Cabo Cañaveral en Florida tiene 219 millas cuadradas y – por razones lógicas – se encuentra alejado de lugares de alta concentración poblacional. En este sentido, las actividades de Branson y Elon Musk fundador de SpaceX en el campo aeroespacial hasta ahora están ubicados en el desierto de Nuevo México. Jeff Bezos fundador de Amazon tiene su empresa aeroespacial Blue Origin fuera de un pueblo pequeño en oeste de Texas.
Por otra parte, no sé cuántos empleos se pretende crear utilizando a Roosevelt Roads para estos fines aeroespaciales. Pero para el año 2013, todas las operaciones de NASA sólo empleaban 13,000 personas. Esto constituye una fracción de los empleos que necesita Puerto Rico. Además, no requiere mayor análisis para concluir que jamás se crearían en Roosevelt Roads más empleos que tiene NASA si pretendemos utilizar estos terrenos de crítico valor para un uso tan fuera de nuestras competencias medulares. (No elaboro sobre la amenaza al medio ambiente).
La instalación de Roosevelt Roads es una oportunidad clave, no sólo para sacar a la Isla de la crisis económica, sino para destacar a Puerto Rico a nivel mundial.
Pero esto jamás se realizará tratando de ser lo que no somos.
Roosevelt Roads es el último lugar que nos queda para realmente explotar las competencias medulares en que Puerto Rico ya se destaca alrededor del mundo. Nuestro afán y talentos por las fiestas y el entretenimiento están comprobado. Nuestras capacidades de calibre mundial en las artes, la comida, la música, el baile, el teatro, la moda y los deportes profesionales necesitan un lugar en la Isla para ser estrenadas al mundo.
Según explico en mi libro – Puerto Rico: El Manual de Rescate Económico – Roosevelt Roads debe ser la piedra angular para redirigir a Puerto Rico hacia las actividades en que más podemos competir. Es el único lugar que nos queda para construir la infraestructura necesaria para recibir y entretener a gente en grande escala. Y para atraer los proyectos multimillonarios que esto requiere, no se necesitarán exenciones contributivas.
El consenso actual sobre qué hacer para salirnos de este atolladero es real y poderoso. Pero si este consenso – de perseguir “la economía del conocimiento” – fuera tan acertado, ¿por qué entonces las casas acreditadoras siguen amenazando degradar aún más a nuestra deuda? ¿Por qué sigue decreciendo nuestra economía? ¿Por qué sigue yéndose nuestra gente?
Puerto Rico despierta.